Cuando fuimos por primera vez a Sydney allá por el mes de Octubre nos habíamos
quedado con las ganas de dar una vueltecilla por los alrededores, de modo que
aprovechando que David tenía una escala a la vuelta de un viaje de trabajo a
Filipinas, nos montamos un fin de semana largo por esta zona.
El primer día lo dedicamos a pasear por la ciudad, casi como si
fuéramos habitantes de la misma. Sin ánimo de descubrir sitios nuevos o visitar
zonas que no hubiéramos visto, sino más bien al contrario, con el propósito de recorrer otra vez aquellas zonas que nos habían resultado tan agradables la última vez
en torno a la mítica Bahía de Sydney. Así nos fuimos dejando llevar de un lado
para otro mientras deshojábamos la margarita de si estirar nuestro tiempo en
Australia o emprender retorno a España en primavera como estaba previsto desde
el principio. Llevábamos semanas dándole vueltas y teníamos bastantes dudas,
pero la decisión fluyó de manera natural, y finalmente nos decantamos por mantener
el plan original.
Al poner un pie en la Bahía, se percibe inmediatamente que la Opera House es mucho más que un
mero monumento, es el alma de Sydney por la atmósfera mágica que provoca a su
alrededor. Con la música en directo, las preciosas vistas alrededor y una
curiosa mezcla de locales que van a tomar algo después de trabajar y turistas
que se sumergen de lleno en el ambiente relajado que caracteriza Australia… de
día o de noche, se puede afirmar sin equivocarse que en pocos sitios una
cerveza puede saber mejor!
Al día siguiente amaneció lloviendo a mares. Nos dirigimos a
recoger el coche que habíamos alquilado y pusimos rumbo hacia las Blue
Mountains, el Parque Natural más
emblemático de los alrededores de Sydney.
La lluvia no cesó ni un minuto en todo el día, ni durante el
trayecto ni al llegar a Katoomba, centro turístico de esta zona. Nunca en nuestra vida habíamos visto
caer agua durante tanto tiempo seguido y con tanta fuerza. Así que no nos
quedaba mucho más que echar el día en el hostel que habíamos pillado, por
suerte bastante acogedor, y esperar que al día siguiente escampara. Hay que
decir que tampoco nos mató demasiado, porque David no podía ni moverse de la cama
con un trancazo de morir.
Después de la tempestad llega la calma, y al día siguiente el
cielo parecía darnos un respiro. Nos dirigimos al llamado Echo Point, un
mirador desde el que se observa una de las vistas más características de las
Blue Mountains, con las llamadas Three Sisters presidiendo la escena. Son tres
enormes formaciones de piedra contiguas, en lo alto de un gran acantilado a cuyos pies se abre el Jamison Valley. En el horizonte se pueden observar las montañas de tono azulado que dan nombre a esta zona.
Desde allí, comenzamos a descender la Giant Stairway, una escalera
muy empinada que cuando nos quisimos dar cuenta nos llevó 860 peldaños abajo
hasta los pies del acantilado. Una vez allí no había otra que continuar la ruta
y hacer la vuelta entera, ya que subir por las mismas escaleras no era una
opción.
Con un poco de miedo de que debido a todo lo que había llovido el día anterior el camino estuviera impracticable nos pusimos a caminar. Esta primera parte del camino no era demasiado bonita, aunque tuvimos
algunos momentos divertidos en los que el camino se perdía entre el barro y los
troncos que habían sido arrastrados por la corriente, y la cosa se ponía
interesante. Entre tanto fango, cuando nos quisimos dar cuenta estábamos hasta
arriba de sanguijuelas, lo que hizo que desde ahí hasta el final del camino a
Leo se le hiciera un poco largo y fuera más tiempo mirándose las botas que el
paisaje :)
De repente, casi de sopetón nos encontramos con las Katoomba
Falls, una altísima cascada que fueron la recompensa a las penurias que
habíamos pasado por el camino.
Un poco más allá, está la posibilidad de coger un funicular y
ahorrarte la subida o bien ascender por los Furber Steps. Nosotros elegimos
esta opción y sin duda mereció la pena, ya que este tramo transcurre cerca de la cascada
y te permite verlas en todo su esplendor.
De ahí en adelante, el agua adquiere todo el protagonismo, y
pudimos disfrutar de otras cascadas y de las vistas del valle desde el otro
lado.
Cogimos carretera de vuelta para poder acercarnos al día siguiente
las famosas playas de los alrededores de Sydney: Manly Beach y Bondi Beach, las
míticas playas surferas que están enraizadas en el carácter de la ciudad.
Manly Beach, al norte de Sydney, es una escapada típica en ferry
desde el centro de la ciudad. Nosotros estuvimos por allí a mediodía, un
día de diario, y aún así se podía ver bastante gente aprovechando un rato
perdido para estar tirados en la playa o para coger unas olas en un ambiente de
lo más relajado.
Con el coche, cruzamos al otro lado de la ciudad y fue una maravilla, ya que
conducir por el centro de Sydney a parte de ser un poco estresante, te ofrece una
perspectiva completamente diferente de la ciudad, con sus numerosos puentes
atravesando los continuos entrantes y salientes que el mar va dibujando sobre la costa.
En el sur de la ciudad, llegamos Bondi Beach, posiblemente la más
conocida de las playas de Australia. Aquí sin una tabla de surf y unos cuantos musculitos en el cuerpo no eres nadie. En definitiva, es la
playa ¨guay¨ de Sydney donde ir a lucir palmito.
Nosotros no la vimos en fin de semana que es cuando está en pleno
apogeo, pero hay que decir entre que la playa en
sí es bastante bonita con su forma de media luna, y el ambientillo, pasamos un ratito muy a gusto.
Antes de marcharnos, con un paseo alrededor de la costa por algunas de
las playas colindantes, despedimos unos días en los que habíamos tenido un
poquito de todo.
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