Amanecemos en Silver Ridge Retreat. Si ya ayer al caer la noche nos había parecido
bonito, de día es una auténtica pasada. El monte Roland preside la escena y la
pequeña charca a sus pies hace las veces de espejo.
Una maravilla comenzar el día
en semejante entorno. No nos extraña que el propietario sea un tipo de Sudáfrica
que quedó enamorado de Tasmania decidió
quedarse en este lugar.
A pocos kilómetros se encuentra Sheffield, un pueblecillo bastante
chulo, que tiene como peculiaridad que gran parte de las tapias de las casas se
encuentran adornadas por pinturas. De hecho una vez al año hace un festival de
murales que tiene bastante renombre.
Desde allí nos esperan de nuevo un montón de kilómetros casi
atravesando toda Tasmania, hacia el norte de la costa este, y en concreto al
Parque Natural “Bay of Fires” (Bahía de los Fuegos).
A la hora de hacer la ruta, nos estuvimos pensando muy mucho si
merecería la pena ir hasta tan lejos considerando el palizón de coche, pero
después de ver unas cuantas fotos no nos pudimos resistir.
El camino de nuevo nos demuestra que Tasmania es completamente verde. No nos encontramos prácticamente núcleos urbanos, a excepción de
Launceston, la segunda ciudad con mayor población, que está en el camino, pero
en la que ni siquiera paramos a echar un vistazo. El resto son pequeñas casas
desperdigadas, y algún pueblo, pero sobre todo extensiones de
colinas y valles con un carácter rural absoluto. De vez en cuando también
atravesamos algún bosque en los que la carretera se estrecha y se retuerce
haciendo que los kilómetros no caigan.
Finalmente, tras 4 horas de coche, llegamos a St Helens, un pueblo
costero que es la puerta de entrada del Parque Natural. Adentrándonos en él, por fin vemos el mar. Esta costa la baña el Mar
de Tasmania, que separa Tasmania de Nueza Zelanda. Comenzamos también a
apreciar la magnitud de las playas que se van dibujando a uno de los lados,
mientras en el otro sólo hay vegetación, sin un solo edificio a la vista.
Por fin llegamos hasta casi el final, aparcamos el coche y alucinamos
admirando la belleza de este lugar.
El agua de un azul turquesa espectacular, la arena blanca como si
fuera harina, y para completar, rocas con formas redondeadas que tiene un
peculiar tono anaranjado que contrasta y ensalza el resto de las tonalidades…
Una auténtica locura de sitio… sin nadie alrededor, y encima con
un sol de justicia y sólo unas cuantas nubes para hacer la imagen aún más
bonita si cabe! Ya se nos han olvidado todos los kilómetros!
Nos comemos un bocadillo que nos sabe mejor que en cualquier
restaurante de lujo, y luego nos recreamos paseando por la playa… comentando
que puede ser posiblemente la más bonita que hemos pisado nunca! Y eso es
bastante decir, que ya van unas cuantas bien chulas! :)
El mar tiene fuerza y las olas rompen con ganas, el aire viene
fresco, pero con semejante playazo no hay quien se resista a probar el agua… Dios
que fría estaba!
Antes de emprender camino de vuelta continuamos hasta una zona de
dunas de arena blanquísima, y donde el mar rompe más fuerte adquiriendo un
color mucho más oscuro. Las piedras eso sí, siguen teñidas de los característicos
tonos naranjas.
Otra vez en carretera. Aún quedan unas horas de luz y
todavía nos esperan por delante otras dos horas de coche para llegar al Parque Nacional
de Freycinet donde pasaremos la noche. Igual que con Cradle Mountain, venir
hasta aquí ha sido una locura de kilómetros, pero sin lugar a dudas a merecido
la pena.
En el camino, el paisaje nos maravilla, con la carretera surcando
la costa pegada al mar, ofreciéndonos panorámicas sensacionales...
...y montones de playas que quitan el hipo.
Llegamos al albergue, en Coles Bay, pequeña localidad de entrada
a Freycinet. El Sol está cayendo y nos da tiempo por los pelos a ver como se pierde en el mar… última imagen preciosa, de un día espectacular!
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