Hoy toca calzarse las botas y prepararse para una
buena caminata. Vamos a recorrer el Parque Nacional Abel Tasman, el más pequeño
de la Isla Sur de Nueva Zelanda, pero no por ello uno de los más visitados y
recomendados. La mejor manera de conocerlo es a pie, realizando una o varias de
las etapas que componen el Abel Tasman Coast Track, una ruta de 55km que forma parte de los selectos Great Walks.
Disponemos de un día únicamente, así que con el
ánimo de poder explorar lo más posible, en lugar de hacer ida y vuelta por el
mismo camino, el día anterior habíamos reservado en la oficina de turismo un
Water Taxi, es decir, una pequeña lancha que te lleva hasta distintos puntos de
la costa para que puedas empezar desde allí las rutas y así poder abarcar más
kilómetros.
En el trayecto en la lancha se incluye una parada
en la llamada Apple Rock, una roca enorme partida por la mitad, situada en mitad del mar, y que es conocida por aparecer en el Señor de
los Anillos. Nosotros con nuestra habitual incultura del tema, ni flowers, pero la verdad que es curiosa.
Decidimos que nos lleven hasta Bark Bay, un punto
intermedio, donde se encuentra uno de los abundantes puntos de acampada que se
encuentran desperdigados en el Parque Nacional. Desde allí nos esperan 25km a lo largo de la costa hasta llegar de nuevo a Marahau, donde nos espera la
furgoneta. En un único día y con lo pronto que anochece, hacer más es casi imposible!
Ya en tierra firme, y con la mochila al hombro,
tenemos el primer contacto con la arena dorada y el agua cristalina que
caracterizan este lugar. El tiempo acompaña, cielo azul y solecito pero sin
demasiado calor, clima perfecto para lanzarnos a caminar.
El paseo transcurre adentrándose a ratos en el
interior del bosque, salpicado de cascadas y vegetación abundante...
...y en otras
ocasiones arrimándose hacia acantilados que ofrecen una impresionante
perspectiva de las calas y playas que se van sucediendo. Una maravilla de la
naturaleza!
Superado el primer tramo, llegamos a Torrent Bay, donde paramos a recuperar fuerzas con un piscolabis.
En el recorrido, hay que estar pendientes de las mareas, ya que dependiendo de si están altas o bajas, hay partes del camino que quedan anegadas por la playa, obligándote a dar un buen rodeo por el interior que suma alguna hora más al recorrido.
En el recorrido, hay que estar pendientes de las mareas, ya que dependiendo de si están altas o bajas, hay partes del camino que quedan anegadas por la playa, obligándote a dar un buen rodeo por el interior que suma alguna hora más al recorrido.
A lo largo del paseo, sorprende que se ve de vez en cuando algunas casas que llaman la atención en contraposición a lo salvaje del paisaje. Sin embargo, el motivo es que hay algunos que fueron incluso más listos que los del Gobierno de Nueva Zelanda, y antes de que éste lo considerara zona protegida, se construyeron residencias de verano ubicadas en lugares espectaculares. Hace años ya no se puede construir, pero quien lo hizo en su momento sigue disfrutando de un entorno envidiable… eso sí, no hay acceso por carretera, solamente por mar.
Las piernas empiezan a pesar un poquillo cuando llegamos hacia el ecuador, otra playa de quitar el hipo: Anchorage Bay.
Aunque el aire sopla fresquito y la temperatura del agua podía ser más caliente, bajo el solecito se está pero que muy a gusto, y ante semejante playazo no nos podíamos ir sin probar un bañito.
Van ya unas cuantas horas de paseo,
pero en cuanto miramos alrededor y observamos las panorámicas que van
apareciendo en cada curva se nos olvida todo el cansancio. Quizás por todo lo que hemos visto ya en tan poco tiempo, no estamos tan entusiasmados como en días anteriores, pero sin duda estamos
ante otro de esos lugares para unir al Top del viaje.
A medida que va acercándose el atardecer, nos
empezamos a relamer recordando el día anterior y pensando en poder deleitarnos
de nuevo con una puesta de sol igual de espectacular. Y efectivamente, no
defrauda… la fusión de colores anaranjados con el mar tiñéndose de tonos
morados y el dorado de la arena nos ofrece una vista que parece sacada de una
postal.
Con la noche ya casi sobre nosotros y con los
músculos pidiéndonos un poco de calma, y con la memoria llena de imágenes preciosas,
llegamos a la furgoneta, después de casi 9 horas de excursión.
Hoy no está el cuerpo para conducir, así que nos dirigimos a Motueka con la esperanza de encontrar algún pub donde poder
pasar un par de horas entre pintas de cerveza… no way! Al llegar aquello está
más que muerto, es domingo y toda la actividad que nos habíamos encontrado el
sábado por la mañana se ha esfumado. Tenemos suerte de encontrar un alojamiento
bastante chulo en los alrededores, aunque regentado por una tía un poco
colgada.
Nos conformamos con comprar las cervezas y disfrutar del lounge del
hostel… hay que decir que estos neozelandeses tienen una cerveza Ale que revive
a un muerto! Estamos tan reventados que la cama de la furgoneta
va a parecer una suite!
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