Hoy vnos espera uno de los platos
fuertes del viaje: Milford Sound, el fiordo más famoso de Nueva Zelanda.
Recién
levantados, nos pensamos y repensamos a qué hora podemos tener más suerte con el
tiempo. El pronóstico el día anterior amenaza lluvias a ratos, así que es
difícil elegir.
Por la mañana el día amanece muy nublado, pero nos decidimos
por dirigirnos directamente a la zona del puerto donde parten los ferrys, y
hacerlo a primera hora de la mañana. De este modo, nos dará tiempo a aprovechar
más el día en nuestro retorno por la Milford Road.
Tenemos cierto miedo de que vaya a haber
problemas para conseguir el ticket ya que no lo habíamos pillado con
antelación, sin embargo, al llegar al puerto, no tenemos problemas. De hecho,
nos sorprende que a pesar de su fama, y de ser visitada por casi todos
los turistas que recorren la isla sur de Nueva Zelanda, en este lugar tan
remoto no hay más que una pequeña plataforma a modo de estación.
Allí se
encuentran las ventanillas de 4 ó 5 companías que ofrecen casi todas ellas un
servicio muy similiar: entre hora y media y dos horas de recorrido en ferry por
el interior del fiordo. Nosotros nos decantamos por hacerlo con Jucy, que nos
sale unos euritos más baratos por tener un acuerdo con la empresa de la
furgonetas. Además por madrugar y pillar el de primera hora también nos
descuentan algo.
Nos ponemos en marcha. A pesar del frío y
la lluvia que va haciendo su aparición de vez en cuando, pillamos sitio en
cubierta, para poder apreciar el paisaje al máximo. Las nubes están muy bajas,
eclipsando casi todos los picos de las enormes montañas que asoman a ambos
lados del canal. Eso mismo es lo que más impresiona, que estando a
nivel del mar, emerja una cordillera semejante. Y entre todos esos picos,
destaca el Mitre Peak, de 1623 metros, que preside el fiordo con su peculiar silueta,
que reflejada sobre el fiordo, lo convierten en una de las fotografías
imprescindibles de todo viaje a Nueva Zelanda.
Además de su belleza, simboliza
un perfecto resumen del paisaje del país, aunando en una misma estampa el mar,
las montañas y la nieve, que suele coronar su cumbre durante prácticamente todo
el año.
Nosotros no tenemos tanta suerte, y
podemos verlo sólo a ratos, en mitad de la bruma. El tiempo se empieza a
complicar. La lluvia se hace más presente, y el frío y la humedad nos
estropean un poco el recorrido.
A duras penas aguantamos en cubierta
ingeniándonoslas para echar alguna foto sin que la cámara acabe empapada.
Antes de poner punto y final, nos
acercamos a una cascada impresionante. Casi desde abajo, con el agua
salpicándonos de modo salvaje, nos deja boquiabiertos la altura desde la que se
precipita. Siendo las paredes tan verticales, parece más un salto al vacío que
una cascada… espectacular!
Llegamos a puerto, con la necesidad de
calentar el cuerpo. Tras una pausa para entrar en calor, deshacemos la Milford Road, admirando de nuevo la grandeza del entorno y deteniéndonos en algunos los puntos
que nos habíamos dejado sin ver el día anterior.
Primera parada es en The Chasm, un
sencillo paseo en el que se concentran algunos autobuses de turistas que se
dirigen a hacer el crucero. Lo más destacado, una cascada de agua color turquesa.
El día está cundiendo de lo lindo, así que
nos va a dar tiempo a hacer la ruta de 3 horas que teníamos planeada, hasta el
Lake Marian. Ataviados con los chubasqueros, y tras coger energías, nos ponemos
en camino.
El primer tramo, de una media hora, nos
ofrece una garganta espectacular. Una sucesión de cascadas enmarcadas entre un
bosque lluvioso, hacen que el paisaje luzca verde fosforito.
Paso a paso nos vamos sumergiendo en un bosque de cuento. Como si de un escenario de videojuego se tratara, vamos avanzando entre inmensos árboles y frondosa vegetación, que nos protegen de la lluvia, y cuyas raíces van conformando escalones naturales que hacen el camino muy entretenido.
Una vez más disfrutamos de un paisaje irreal, lleno de fantasía, que hace que nuestra imaginación viaje a mundos paralelos.
Tras un buen rato, y después de superar
algunas zonas algo anegadas por el agua, llegamos al final del camino, donde
nos espera Marian: un lago alpino que es un remanso de paz espectacular del que podemos
disfrutar en una soledad maravillosa. Sin duda el paseo ha merecido la pena, y
la recompensa es insuperable.
Ponemos rumbo de vuelta, con la lluvia
apareciendo y desapareciendo a cada rato. Para la memoria, mi actuación estelar
rebozándome por el barro, ya que al ir a hacer una foto me resbalé y cámara en
mano, acabamos los dos, la cámara y yo, hechos un cristo. Así que se acabaron las fotos hasta nueva orden...
Con la amenaza de que la noche se nos eche
encima aligeramos el paso y llegamos abajo a tiempo. Ha llegado la hora de
abandonar Fiordland. Ojalá algún día podamos volver para hacer alguno de los
Great Walks y sentir otra vez tan cerca que estamos en medio del mundo tal cual
como se creó.
Ahora toca darle duro al coche que
queremos alargar la etapa para ser capaces de llegar de vuelta a Queenstown.
Curiosamente sobre el mapa sólo se distancia 32 kilómetros ,
atravesando la cordillera, sin embargo en coche hay que dar un rodeo de 240 km .
El precioso paisaje que
nos había entusiasmado a la ida, se torna ahora en una oscuridad absoluta,
mientras transcurrimos por una carretera desierta, que se ve alterada
únicamente por la inesperada aparición de algún possum suicida.
Después de la experiencia de la multa, no
podemos arriesgar, y hay que encontrar camping sí o sí. Probamos uno pero en
semejante oscuridad el camino se vuelve tan turbio que decidimos echarnos
atrás. Finalmente, hartos de coche, aterrizamos en Two Miles River. Hoy ha sido
un día muuuy largo!
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