sábado, 20 de abril de 2013

Nueva Zelanda (5) - Acariciando el cielo de los Fiordland

Primer despertar en la zona de los Fiordos. Tras el día de transición de ayer, hoy nos espera uno bien intenso por delante. Desayuno para activarnos y para calentar el cuerpo. Vestimos todas las capas que nuestra maleta da de sí, pero cuesta entrar en calor… debemos estar a unos 5-6º.

Atendiendo las recomendaciones que nos han hecho en la oficina de turismo, y con un mapilla muy apañado que nos dice las características de las principales rutas que salen a ambos lados de la Milford Road, emprendemos camino. La idea es parar en los miradores que vayamos encontrándonos, hacer algunas de las rutillas cortas, y elegir como plato fuerte algún sendero que nos lleve 3-4 horas.

Con el tiempo nublado la carretera luce muy poco. Es una lástima porque más allá de los enclaves señalados, admirar el paisaje desde el coche es una atracción en sí misma. Nos detenemos fugazmente en algunos puntos con el ánimo de echar alguna foto aún conscientes de que poco van a decir… como ejemplo esta instantánea del Eglington Valley.


Al llegar a los Mirror Lakes más de lo mismo. Son un par de pequeños lagos que como su propio nombre indica reflejan las montañas de la cordillera que les rodea, conformando una imagen de gran belleza. Sin embargo, nosotros sólo podemos imaginárnoslo, porque verse lo que es verse, sólo se ven nubes :(


Hora de dar el primer paseo mañanero. Una ruta corta y sencilla de unos  45 minutos alrededor del Lake Gunn.  A paso acelerado para ganarle la partida al frío, recorremos un bosque de hayas de un verdor impresionante. El lago, sin embargo nos decepciona ya que ni siquiera se puede acceder a la orilla.


A pesar de que estamos en la época más seca, aún así la humedad se siente en el ambiente, el agua fluye por todo lados, y el frío se mete en los huesos. No nos queda otra que tirar de furgo y prepararnos un té hirviendo.


De nuevo en el coche, decidimos dirigirnos directamente a hacer la ruta principal que teníamos en mente. Al llegar a The Divide, puntos de arranque de diferentes rutas, nos entran las dudas de si merecerá la pena o no ya que uno de los puntos fuertes son las vistas desde lo alto. Cuando estamos a punto de pasar de largo, vemos asomar uno de los picos entre las nubes… es una señal!! Hay que tener esperanzas, así que nos calzamos las botas y las mochilas y adelante…

Nos decidimos por el camino hacia la Key Summit, de unas 3 horas. Éste se adentra a través de un bosque similar al de la ruta anterior, pero en este caso, en lugar de enormes árboles, lo que llama la atención es la cantidad de musgos y líquenes que cubren la corteza de los troncos como si fuera pelo.


Tras cerca de una hora comenzamos a disfrutar de la magnitud de las montañas que nos rodean. La senda se muestra más empinada, y las nubes van disipándose y la vista cada vez nos va alcanzando mayor distancia. A medida que vamos cogiendo altura, el paisaje es más embriagador, con una enorme cordillera que emerge cubriendo el horizontes por todos los flancos.


En la cima, nos aguarda un regalo con forma de pequeño lago que nos deja sin palabras.


Desde aquí arriba entendemos porque los Maoríes llamaban a estas montañas algo así como “enormes formaciones rocosas verdes”. Nos sentimos minúsculos un paisaje sobrecogedor.



Los picos se suceden en decenas, algunos de ellos coronados aún con algo de nieve. Son 360º de panorámica espectacular. Es difícil imaginar un lugar tan salvaje e inalterado. Un lugar en el que la naturaleza ha seguido su curso.


Avanzamos por un sendero para seguir explorando estos parajes… por poder se podría estar caminando un sinfín de días saltando de valle en valle, pero en algún momento hay que poner el punto de retorno…


Descendemos a paso ligero, porque la lluvia amenaza con aguarnos el regreso. Finalmente llegamos a la furgoneta con la sonrisa de oreja a oreja tras haber disfrutado de una ruta inolvidable.

Para cerrar el día nos dirigimos a Milford Sound, el último emplazamiento y por ello el más remoto de la Milford Road. Tenemos por delante 30 kilómetros. La carretera es espectacular… paredes gigantescas se van sucediendo ante nosotros… atravesando un terreno inaccesible hasta hace no demasiados años, y que aún hoy cuando llega el invierno queda bloqueado.


Al salir de un gran túnel, vemos apostada en uno de los laterales de la carretera una Kea. Uno de los pájaros más característicos y simbólicos de Nueva Zelanda…


Hoy nos hemos merecido acampar en un sitio en el que por lo menos nos podamos dar una duchita de agua caliente. En Milford Sound sólo hay una opción, así que nos dirigimos con el miedo en el cuerpo de que nos peguen una clavada. Sin embargo, todo lo contrario: el precio es razonable y el “resort” está cojonudo!


Ducha, cenita, sofá y copa de vino en un lounge repleto de mochileros de aquí y de allá. Por si no estábamos a gustito, para rematar, un chaval se pone al piano y comienza a tocar unas melodías épicas que no pueden ser más perfectas con la situación. Conexión total… el cuerpo vibra, y la cabeza vuela! Viva la vida pirata!

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